domingo, 19 de mayo de 2013

El sueño de Cadmo

Ayer acompañé a Zeus a los infiernos.

Los infiernos son siete calles de chabolas de uralita en medio de ninguna parte. El agua recorre sus paredes por dentro y por fuera y se arremolina en las cunetas. Un perro se atreve a ladrarnos con desgana mientras se escurre entre los desechos. Dos grajos disputan por un trozo de algo sanguinolento, y sus graznidos contrapuntean el sonido de las gotas.

Zeus camina con seguridad por el infierno. Todos los meses baja un par de veces. Me cuenta que como ya le han atracado en cinco o seis ocasiones, apenas le prestan atención. Incómodo miro mi camiseta de desigual y mis chirucas: espero que no parezcan demasiado ostentosas.

Zeus da dos golpes en una puerta cristalera reciclada de entrada, y sin esperar que le respondan entra en una especie de cocina-comedor-dormitorio-armario-sala de juegos, donde cuatro o cinco adultos y no sé cuantos crios se mezclan con una tele de plasma, dos sofás agujereados y una cocina de butano. Hay un silencio pelín incómodo cuando me valoran. Juraría que voy perdiendo hasta que Zeus da un vocinazo, coge a una niña y se pone a lanzarla al aire.

Una mujerona se levanta para besarlo mientras los hombres le saludan de lado aún midiéndome. Me presenta como Cadmo, y la mujer, capitana obvia de la tropa, me suelta un "pos me se siente, que está usté en su casa". Nos sacan un anís castellana, (siglos que no veía una botella), y me endilgan un bollo caducado del mercadona para mojar.

Zeus habla, pero sobre todo escucha. Escucha achaques, miserias, robos, minucias, heridas al honor y mamporros. Zeus hace tiempo que dejó de juzgar, y ahora sólo ríe.

Cuando me vuelvo, veo la habitación llena. Niñas de quince con niños de teta, niños con temblor de manos, manos con rajaduras sangrantes. Canutos colgando de los labios y la mirada fija en el agua que corre por la pared. Como Cadmo cierro los ojos, hay demasiada información en cada rostro. Demasiado cansancio en cada carcajada. Demasiada humanidad en tan pocos metros cuadrados.

Zeus los conoce a todos, a todos acaricia y a todos habla. Les sigue los chistes de todos los días y les pica con las mismas groserías. Reparte un poco de maría y algún billete de cinco. Les sujeta la muñeca mientras con ojo crítico ausculta enfermedades de oído. Palpa las tetas de las mujeres y la garganta de los hombres. Diagnóstico rápido de cuarenta en revoltijo de cuerpos.

Se le pone voz de médico cuando da órdenes a la chamana. Ninguna discusión, lo que diga Zeus es palabra de Dios.

Me voy mareado por el anís y la pena al tiempo que Zeus tararea una de Sabina. Sé que de vez en cuando se le muere alguno, pero él no deja de bajar al infierno. Dice que le aburre no ser dios. Dice que el infierno justifica lo que es. Dice que si acaso yo conozco algún dios sin infierno.

No, -le respondo-.